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El emperador japonés: descendiente divino

La mitología japonesa no solo cuenta leyendas sobre dioses y seres del inframundo como los youkai o yôkai  (妖怪ようかい). Destina, también, una parte importante a leyendas protagonizadas por héroes, guerreros incluso campesinos. En estas fábulas, la figura del emperador japonés ya aparece siendo posible empezar a trazar un árbol genealógico de los regentes al trono del crisantemo.

El emperador japonés en los primeros textos históricos

El emperador japonés, su figura e idiosincrasia es uno de los elementos más controvertidos de la sociedad del país asiático. Según el kojiki (古事記 こじき) , considerado el documento histórico más antiguo de Japón, ya hizo referencia a la figura de un soberano de los hombres. Este texto publicado el 712 d.C  concedía el primero de los mandatos imperiales a Jinmu Tenno (un sufijo, Tenno, que acabaría por incorporarse al nombre de todos los emperadores nipones). El emperador japonés es considerado descendiente directo de la diosa sintoísta primogénita Amaterasu, diosa del Sol, quien se sitúa en la cúspide del panteón religioso del país asiático.

El primer emperador nipón encarna la superación definitiva de la lucha de clanes donde queda patente la victoria del Kyûshû septentrional sobre la región de Izumo, situada al sur de la isla de Honshu. Este mito cuenta la victoria de las comunidades agrícolas sobre aquellas menos evolucionadas que seguían basando su modus vivendi en la caza. Probablemente, sin esta supremacía agrícola no hubiera sido posible la estructuración de un primer estado japonés, el estado Yamato. Yamato es el nombre que recibe la llanura más grande del Honshu meridional además que coincide con la capital instaurada por Jinmu.

Emperador japonés Go-Horikawa

Retrato del emperador Go-Horikawa

La figura del emperador japonés a lo largo del tiempo

Como hemos ido viendo en diferentes artículos, la evolución de la sociedad japonesa hasta nuestros días no ha sido, digámoslo así, un camino de rosas. Los periodos de guerras y conflictos internos han protagonizado la gran mayoría de periodos en los que se divide la historia antigua, moderna y contemporánea del archipiélago nipón. Lo mismo ha ocurrido con la figura del emperador nipón. Ha vivido periodos de mayor y menor influencia dentro de la política nipona. Durante la época Heian (794-1185) el emperador japonés se situó en la cúspide política creando a su alrededor un mundo elitista y refinado al que muy pocos podían acceder. En cambio, durante el feudalismo japonés o regencias militares de los distintos shôgun (将軍しょうぐん) ,comandantes de los ejércitos del país, el emperador nipón era un mero títere representando, sólo, el prestigio cultural. En esas épocas él y su séquito vivían relegados a un segundo plano. Incluso, a lo largo del periodo Miromachi (133-1573), se dio el caso en el que convivieron de forma simultánea dos emperadores con sus dos respectivas cortes.

Y llegamos a la Restauración Meiji (1868-1912). Según se estableció en la Constitución de 1889, la figura del emperador japonés volvía a situarse al frente del sistema político japonés como máxima autoridad. En él residía el poder legislativo y ejecutivo, con la potestad de aprobar y derogar leyes. Era, además, máximo responsable y comandante de todos los ejércitos del país. En definitiva, volvía a convertirse en soberano de todo Japón. Durante esos años de aparente “paz institucional” el emperador japonés se rodeó de un consejo de sabios convertidos en sus asesores. Provenían de las familias aristocráticas más influyentes del país y se hacían denominar Genrô  (元老げ んろう) o “padres fundadores” del Japón moderno. Llevaban la agenda política del emperador y le ayudaban en la toma de decisiones.

Akihito, actual emperador japonés

Akihito es el actual emperador japonés

El emperador japonés tras la Segunda Guerra Mundial

Al término de la contienda los norteamericanos iniciaron una purga de la clase política y d e los conglomerados empresariales. Aun así, y para no generar un mayor malestar entre la población del país decidieron no tocar la figura del emperador japonés. Eso sí, le obligaron a renunciar a su poder divino. Fue en 1946 durante un parlamento cuando el emperador se dirigió a sus conciudadano en la Declaración de la Humanidad o Ningen Sengen. Fue en ese momento cuando el mandatario nipón se deshizo de su carácter divino y pasó a convertirse en un “simple” mortal.

Un año más tarde, la Constitución de 1946 determinó las nuevas funciones del emperador japonés quien, a partir de ese momento, quedaría ligado y sometido al gabinete u órgano ejecutivo. Debía rendirle cuentas de todas su funciones, actos o eventos en los que estuviera presente representando el país. La carta magna definió, también, la sucesión hereditaria y dinástica al trono imperial.

En la actualidad el debate por la sucesión del emperador sigue trayendo cola. La ley excluye a las mujeres de la sucesión al trono imperial si bien es cierto que en la historia japonesa ya hubo mujeres que ostentaron dicho poder. Desde 2005 se debate en la dieta japonesa la posibilidad de cambiar dicha ley ya que el principe heredero, Naruhito, es padre de una niña.